Cuando era un escritor joven, enfrascado en alcanzar el éxito literario como autor, tenía muchos prejuicios hacia la escritura fantasma. La idea de escribir un libro que no pudiera firmar con mi nombre me parecía una especie de traición a mi vocación. Para mí, escribir significaba ser el creador absoluto de mundos, personajes y relatos; cualquier otra cosa era, en el mejor de los casos, ajena, y en el peor, una aberración.

No fue hasta mucho después, cuando me convertí en editor y periodista, que comencé a entender y más tarde amar la escritura fantasma. Escribir para otros, poner palabras a las experiencias, ideas y memorias de alguien más, se convirtió en una extensión natural de mi carrera. La escritura fantasma no es simplemente un trabajo técnico o un encargo por dinero. Tampoco es “ceder” tu creatividad, como muchos pueden pensar. Es una forma de empatía narrativa, una conexión profunda con las historias de otros.

La escritura fantasma, en su esencia, es dar voz a quienes tienen algo importante que decir, pero que no pueden —o no quieren— hacerlo por sí mismos. Es, por tanto, una alianza.

¿Cómo me hice un escritor fantasma?

No fue precisamente mi formación como novelista, y ser un escritor reconocido, sino el ejercicio del periodismo lo que me llevó a la escritura fantasma. El trabajo como editor jefe de National Geographic y de Reader’s Digest, entre otras publicaciones periódicas me conectó con esa forma de indagación en la vida de otros seres humanos, comprender sus motivaciones y dar forma a sus historias. Poco a poco, ese proceso me preparó, casi sin darme cuenta, para un oficio que requiere la capacidad de desaparecer detrás de las palabras mientras amplificas las voces de otros.

Mi primera experiencia directa como escritor fantasma llegó con un encargo peculiar: contar la historia de una empresa mexicana que cumplía 25 años. Entrevisté a fundadores, pioneros en su industria, y narré sus historias desde sus voces. Aunque fue un proyecto interesante, aún no me sentía emocionalmente conectado con el trabajo. Fue necesario recorrer un camino más largo, lleno de aprendizaje y reflexión, para finalmente abrazar la escritura fantasma como parte central de mi vocación.

Del storytelling a la escritura fantasma

Durante años, mi trabajo estuvo centrado en el storytelling: enseñar a otros a encontrar sus propias historias, darles estructura, sentido y emoción. Pensé que ese rol —de guía y maestro— sería mi lugar definitivo en la narrativa. Pero lo que descubrí con el tiempo fue que había algo aún más poderoso: no solo enseñar a otros a contar historias, sino contar sus historias por ellos.

La transición de maestro a escritor fantasma fue orgánica. Fue un cambio de perspectiva: ya no se trataba de crear desde mi imaginación, sino de ser un puente entre la experiencia de otros y la página. Me di cuenta de que las herramientas que ya poseía —la empatía del periodista, la sensibilidad del escritor, y la visión estructural del editor— eran perfectas para este nuevo rol.

¿Por qué esto es importante aquí?

La escritura fantasma no es solo un oficio; es una forma de entender la vida y las historias humanas. Como escritor fantasma, recada lato que ayudamos a construir, ya sea una memoria personal o la trayectoria de un líder, aporta algo único. Hoy, después de haber colaborado en muchas obras como escritor fantasma, y de entrenar en esta mezcla de periodismo y escritura creativa a los que se van sumando a nuestro equipo, puedo decir que esta labor puede resultar tan gratificante para mí como escribir mis propias ficciones. Hay un valor extraordinario en conectarnos con las historias de otros y hacerlas nuestras, aunque sea temporalmente.

Por eso, la escritura fantasma es el corazón de Daimon22. Más que un negocio, es una forma de celebrar las narrativas humanas, un recordatorio de que todos tenemos historias que merecen ser contadas y escuchadas.

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